11M: 20 años de un atentado que mostró la labor vocacional de las enfermeras

ALICIA ALMENDROS.- A las 7:37 del 11 de marzo de 2004 estallaba la primera bomba en la Estación de Atocha. Tras esta, nueve explosiones más entre Atocha, la estación de El Pozo, la de Santa Justa y la calle Téllez. Estábamos ante el mayor atentado de Europa. Un total de 193 muertos y casi 2.000 heridos completaron las cifras de los conocidos atentados del 11 de marzo en Madrid que cumplen ahora 20 años. La labor incansable de las enfermeras ese día fue clave en la atención y traslado de heridos.

Gema Rodríguez trabajaba como enfermera en el Summa112 en 2004, pero justo ese día no estaba de guardia. “Estaba andando cerca de la estación de Coslada, ciudad en la que vivo, cuando me enteré de lo que estaba pasando. Me fui corriendo a casa, llamé a recursos humanos del Summa112, me apuntaron como voluntaria y me vine para Atocha”, recuerda. Rodríguez, que ahora es supervisora del Summa112, reconoce que todavía hoy, 20 años después, no recuerda dónde aparcó el coche. “Lo tiré en algún sitio y me vine corriendo. Accedí a la estación por la rampa de peatones de la cúpula y me encontré con gente que huía del lugar, algunos llevaban miembros como el brazo colgando, había mucho polvo, el olor… la situación era dantesca”, explica.

En su camino se encontró con compañeros sanitarios y rápido se incorporó a ellos. “No había una organización concreta de equipos, todos íbamos a una, ese día todos teníamos el mismo color”, afirma. “Los heridos estaban colocados en los andenes para que fuésemos atendiéndolos: hacíamos el triaje, la canalización de vías… para después hacer los traslados. Es un momento que recuerdo caótico. Poco a poco nos iban diciendo a los hospitales donde había que hacer los traslados, que por cierto todos se ofrecieron”, añade. Por su cercanía, el Hospital Gregorio Marañón fue al que llegaron más heridos.

Solidaridad

Ese día Madrid se volcó con el suceso. La solidaridad fue el arma de batalla en cada una de las estaciones.

“Yo no hablé con ningún herido… los que me tocaron atender estaban en grado 3 y la mayoría para intubar, pero si recuerdo a la gente chillar y los móviles de la gente a la que estábamos atendiendo sonaban sin parar.  Hubo una paciente que justo cuando íbamos a empezar a tratarla tuvimos que salir corriendo porque nos dijeron que iba a explotar otra mochila, y la policía nos desalojó a la calle Alfonso XII”, expone.

A pesar de reconocer que el impacto psicológico de lo vivido aquel día fue muy duro, esta enfermera reconoce que a nivel profesional “me alegra el haber participado”.

 Desolación

Isabel Olvera trabaja como enfermera en el helicóptero sanitario del Summa112 y el 11M de 2004 estaba a punto de salir de su guardia cuando recibieron el aviso. “El cambio de turno lo hacemos a las 9 de la mañana y a las 8 menos cuarto nos activaron para ir a Atocha. No sabíamos muy bien a qué, parecía un accidente de trenes”, explica Olvera. “Pero en vuelo nos cambiaron el destino a la estación de El Pozo sin saber muy bien dónde íbamos”, prosigue.

Esta enfermera asegura que desde arriba todo era desolación. “No teníamos comunicación con el centro coordinador porque se cayeron las comunicaciones así que por la experiencia del piloto aterrizamos en las mismas vías del tren y todo lo que veíamos era una masacre completa”, afirma. Ella y su equipo tuvieron que atravesar el tren para acceder al andén donde estaban las víctimas.

Improvisación

“Casi todo lo que veíamos eran voluntarios del Samur y aunque de primeras comentamos permanecer el equipo unido -iban médico, enfermera y dos técnicos- fue imposible. Según llegamos me reclamaron para canalizar una vía a una señora que estaba colapsada. Después seguimos atendiendo hasta que la policía nos gritó que iba a estallar otra bomba porque había más mochilas para cuando llegásemos los servicios de emergencia”, recuerda. “Así que improvisamos los bancos como camillas para el paciente, preguntamos que hacia dónde corríamos y como nadie lo tenía claro porque no sabían donde estaban exactamente las bombas, nos parapetamos un poco en la estación arropando y tapando al paciente y sin saber muy bien si íbamos a salir de ahí o no la verdad”, afirma.

Cualquier lugar fue bueno para situar los hospitales de campaña y empezar a auxiliar a los primeros heridos. “Casi todos los heridos eran politraumatizados, amputados, había mucho desmembramiento… la verdad que la situación era dantesca”, comenta Olvera.

Esta enfermera y su equipo permanecieron en la estación de El Pozo hasta casi la 1 del mediodía porque había que encontrar las mochilas y detonarlas. “Así que improvisamos una especie de polideportivo para atender heridos y durante esas horas dimos soporte vital avanzado hasta que nuestro centro coordinador consiguió coordinarse con los hospitales”, expone. “La verdad que todo funcionó muy bien porque justo la hora en la que ocurrió coincidió el cambio de turno, entonces los equipos salientes del hospital de noche se quedaron a apoyar a los que entraban a la mañana y agilizaron mucho la situación, aliviaron mucho las urgencias y los cuidados intensivos para poder hacer los traslados”, prosigue.

Un antes y un después

El 11M marco un antes y un después, “fue tan brutal que te bloqueas, aunque intentas meterte en tu papel de sanitario la parte personal también está ahí”, argumenta Olvera.

El sentido de equipo fue clave, “y las enfermeras somos un nexo de unión muy importante”, afirma.

A partir de ese día, la forma de trabajar y los protocolos sufrieron cambios. “A raíz del 11M, y del accidente de Spanair, en la Comunidad de Madrid se establecieron protocolos conjuntos con todos los servicios de emergencias: cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, sanitarios y bomberos, para dar una respuesta unificada y de manera integral a este tipo de sucesos”, finaliza Olvera.

Urgencias

A medida que avanzaba el día, los cuidados y la asistencia sanitaria pasaba de las vías del tren donde habían estallado las bombas a los hospitales donde se desplazaban a los pacientes. Arantxa Chamorro, enfermera del Hospital Clínico San Carlos entró a trabajar ese día a las 8 de la mañana y “enseguida empezaron a llegarnos información de lo que había ocurrido. Cuando se confirmó que había sido un atentado nos dio tiempo a desalojar a pacientes que había en Urgencias pendientes de ingreso y dejar todo preparado para la llegada de víctimas”, explica. “Las compañeras de la tarde llegaron enseguida para colaborar y habilitamos una sala contigua a Urgencias para los familiares que venían buscando información”, añade.

Al no ser el centro más cercano al suceso, las víctimas llegaron más tarde y dio tiempo a organizar todo. “Las víctimas llegaban poco a poco en ambulancias. Lo que más me impactó fue ver llegar a un autobús de la EMT y ver salir a muchas víctimas de él. La verdad que colaboró todo el mundo en el traslado de heridos”, resalta.

Para esta enfermera el 11M le marcó mucho. “Se me quedó grabada la mirada de todas las víctimas que llegaban en shock. Creo que es algo que marca un antes y un después en tu carrera”, afirma.

Emociones

José Antonio Espín, supervisor de UCI del Hospital Clínico San Carlos, estaba en León cuando escuchó la noticia en la radio. “Llamé a hospital por si hacía falta venir directo, pero me comentaron que el turno de mañana y tarde estaba cubierto, así que vine al turno habitual que me tocaba que era la noche”, comenta. En ese momento la cosa estaba más calmada, “habían ingresado a la UCI unas seis o siete personas y nos pusimos manos a la obra”, apostilla.

En la UCI conviven con altas e ingresos, y estos últimos algunas veces son programados porque son cirugías que se citan previamente. “Por tanto, lo que se hizo fue retener la cirugía programada y dar prioridad solo a la urgente. Esto nos generó los espacios suficientes para albergar a los pacientes que llegaban”, resalta.

Espín explica que casi todo lo atendido fueron traumatismos, fracturas, hemorragias, problemas respiratorios que exigieron intubaciones… “quizás ver en UCI un paciente con traumatismo no era algo novedoso, pero las heridas si nos llamaron la atención. No era un traumatismo común, traían incrustaciones de metralla, resto de fuselaje y hierros del tren…”, expone.

“La verdad que fue un día de confrontación de emociones. Por un lado estaba el miedo,  yo no llevaba ni un año en la UCI del hospital; y por otro orgullo al ver la respuesta de todos los compañeros y el trabajo realizado. La coordinación médicos y enfermeras funcionó de manera excelente. Supimos superar un gran test de estrés satisfactoriamente”, finaliza Espín.